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Las delicias de Rosita.

  • Tía, ya está grabando, decile algo.

  • Y ¿qué tengo que decir?

  • Lo que vos sientas por Martín, tía, dale que ya estás saliendo.

  • Bueno, Martincito querido, espero que la estés pasando regio. De seguro en este momento estarás en viaje con tus amigos y pensarás que soy una loca porque me pongo llorona. Siempre fuiste un chico muy bonachón, muy obediente, desde que tu padre se fue te has vuelto el hombrecito de la casa y yo, quería agradecerte eso que has hecho por mi, y por toda la familia. Todavía recuerdo cuando llegabas a casa llorando porque se burlaban de lo petaco que eras, pero todavía no habías pegado el estirón, eras el piojito de mamá. Mirá lo que tengo acá, hijo -se para de la silla en la que se encuentra sentada, toma una caja de madera con la marca “La Havanna” en su tapa y se vuelve a sentar- mirá, mirá, acá está tu cordón umbilical, qué hermoso, ¿no? Pensar que costaste salir… uff… pero pucha que valió la pena, hijito…también están tus dientitos de leche, los tengo a todos acá guardados.

  • ¡Tía, qué asco eso! -dice una voz detrás de cámara- Dale que ya terminamos.

  • Bueno bueno, yo te quería decir que si fuera por mí, querría que te quedes a vivir toda la vida conmigo; pero también entiendo que debés estudiar y hacerte profesional de lo que sea que quieras trabajar en el futuro. Espero que te vaya muy bien en el viaje y te mando muchos besos, mi sol.

 

El ruido de una bici subiendo el cordón de la vereda alertó a los de entrada que alguien estaba por llegar a la oficina en aquella mañana de frío. Luego, se escucharon ruidos de esfuerzos del recién llegado..


  • Uf… ay… la puta madre esta bicicleta - mientras sonaban los ruidos de los caños de la bici y de su canasto, que rebotaba levemente contra el manubrio- ahí está… ffffffff… ajam ajam.


La puerta se abrió; entró con un paso marcado pero cortito, inflando el pecho; tocando los botones más elevados de su camisa, para ver si estaban bien prendidos. Cruzó a algunos de los temporales que estaban atendiendo en la oficina, los saludó agachando la cabeza y con el guiño de su ojo izquierdo saludó a otro, ninguno lo miró. Se puso en puntas de pie y haciendo un esfuerzo que le costó un suspiro, colgó su abrigo en el perchero.

En su mano llevaba una bolsa blanca, de nylon, casi transparente, la cual dejaba ver un taper rosa con algo pesado dentro. Se dirigió al único ascensor del edificio. Una vez dentro, levantó su mano hasta su pecho y tocó el botón que decía “1”, del único piso que tenía el edificio, y enseguida se dio vuelta hacia al espejo. Se miró con una intensidad penetrante, bajando algún centímetro las cejas, frunció el ceño, mientras hacía caras; luego se mojó la punta de los dedos con la lengua y lo pasó por una de sus cejas, peinándola.


-Cliiin - sonó el ascensor al llegar al piso. Mientras caminaba por el pasillo, uno de sus zapatos pisó los cordones desatados de su otro zapato y trastabilló, pero no tropezó. Abrazando el taper que había volado unos centímetros, y dándolo vuelta para ponerlo en la forma que iba, entró a la oficina diciendo con algo de timidez.


  • Ajam… ajam… Hola gente, buenos días. Les quería avisar que, tanto Rosita como yo, queríamos hacerles un regalito para terminar bien la semana en la oficina. Así que…- tragó con fuerza y medio a destiempo- les traje una… una torta que Rosita hizo ayer para compartir con todos ustedes- terminó, con las manos detrás de su cuerpo, a la altura de su cola, agarrándose los dedos y levantándose con la punta de sus pies y volviendo a bajar contra sus talones, como si se estuviera hamacando de arriba abajo.

  • Que bueno, Tinchito, a la hora de la merienda vamos a estar todos esperando la porción eh, ¡mirá que si viene de arriba te agarro hasta un rayo jajaja! -dijo Jorge haciendo reír a los demás.


Cuando el reloj marcó las 17 hs en punto, Martín hizo un montoncito de polvo en el piso blanco y reluciente de la oficina; dejó la escoba contra la pared, también blanca y fue a destapar lo que había traído. Mientras lo hacía, Jorge estaba mirando detrás de él.


  • Jorge, tu porción - le dijo Martín mirando por encima de su hombro- Te la dejo acá.

  • No, te agradezco Tinchito querido, ando muy mal de la panza hoy, la próxima le damos con todo máquina - mirando de reojos la porción de torta y haciendo una mueca con su boca y su nariz.

  • ¿Seguro? mirá que si hay mucho hambre te vas a quedar sin porción…

  • No, te agradezco, Tincho; pero tiene una pinta… paaa… debe estar para chuparse los dedos ¿Hace mucho que cocina tu vieja?

  • Y… mami tuvo un golpe muy grande cuando se enteró que tenía cataratas en los ojos y bueno, cocinar fue como su escape a una depresión muy grande, pobre ángel.

  • Y pero… ¿cómo cocina, si no ve?

  • De memoria -le contestó rápidamente Martín, con la cabeza inclinada hacía arriba, asintiendo y sosteniendo la mirada hacia Jorge- Pobre ángel…

  • Aaaah…


Al cabo de unos minutos, Martín se acercó al escritorio de Jorge y envuelta en una servilleta, le dejó una porción con un papelito que decía “Haciendo caso a los elogios de Jorge, todos los viernes llegarán las delicias de Rosita a la oficina”. Cuando Jorge se sentó, no se molestó ni en leer el papel.

  • Pero la puta madre, ¿podés creer que el medio polvo me llenó de migas el escritorio? Dios querido -le dijo a Javier, otro compañero, mientras volaba la porción envuelta en servilletas hacia el tacho de la oficina.


Siempre fiel a su promesa, Martín llevó todos los viernes una torta para que sus compañeros de oficina comieran a la hora de la merienda. Puntual y sin faltas, las “delicias de Rosita”, como él las había apodado, estaban siempre presentes.


  • Bueno, bueno, son las cinco, estoy cortando la torta, el que quiera vaya acercándose..- gritaba cuando las agujas marcaban aquel horario. Quién no se acercaba no recibía su porción, en eso si era estricto, menos con aquella persona privilegiada que le había dado la gran idea de estimular a su madre a través de sus pasatiempos: la cocina- Jorge, tu porción.

  • Martincho, querido. Hoy voy a pasar, ando con problemas en la panza, ahora me tengo que retirar para ir al médico.

  • Uuu Jorge, no sabía nada, pero ¿estás bien vos? sabés que mami siempre me dio Seven Up para los problemas estomacales, la revolvés un ratito con una cuchara para que se le vaya el gas y listo, santo remedio, diría ella.

  • No, pero estoy bien eh, va a ser un segundo nomás. Voy y vengo dijo un loco y se estaba hamacando jajaja.

  • JAJA -emuló Martín, para complacer a Jorge- Bueno, te la dejo acá, de última te la llevás a casa y la comés cuando quieras - dijo mientras se iba.


Plaf.. sonó el tacho nuevamente.


  • ¡Jorge, tu porción!

  • Ay dios… -exclamó Jorge llevándose la mano a su cabeza y cayendo desplomado al piso.

  • ¡Jorge qué te pasó, estas bien.. llamen a una ambulancia, rápido! - gritó Martín, mientras Jorge desde el piso hacía señas de que estaba bien y que no quería que llamen a nadie. seguido de aquellos ademanes, Jorge cerró los ojos y sacó la lengua para quedarse allí unos 15 minutos tirado.

 

  • Hoy no puedo, Mincho. Ayer me hice el blanqueamiento en los dientes y no puedo comer nada hasta dentro de una semana…

 

  • Comé torta, Jorge, ¡se termina!

  • Tin, querido, estoy con unos dolores bárbaros en la carretilla; justo acá viste, a la altura del oído. No puedo ni abrir la boca.

 

  • ¿Comés torta, Jorge? Ya te estoy llevando…

  • No, no, no.. me muero por comer una porción, Martincito, pero no. Me mentalicé que tengo que empezar a cuidarme, de todas maneras me traje unas galletitas de agua… por las dudas, dijo un cura, mientras compraba una cama de 2 plazas jajaja

 

  • Guarda las medialunas que ahí viene, dale boludo que te va a ver el inspector de zócalos - se escuchó por lo bajo qué Jorge le decía a Javier.

  • ¿Comes torta, Jorge? Acá te dejo una porcioncita.

  • ¡Te agradezco Martincho! Pero no ando con hambre, ando desganado. He perdido el apetito, es re feo, no sabes…

  • Uuuh me ha pasado, vos sabes que…

  • No, no sabes Tincho es mas feo que toser con diarrea jajaja.

 

  • No podés ser así con Martín, Jorge. - le dijo Josefina, una de sus compañeras de trabajo, sentenciando con las manos abiertas su actitud.

  • Y qué querés que haga, Jose, si las tortas que hace la vieja esa son más ordinarias que canapé de mondongo. Aparte, yo no sé qué hace con las tortas, vienen siempre todas como… no sé, revueltas.

  • Yo entiendo que son un poco… como decirlo…agrias, insulsas, digamos.

  • ¿Un poco… Insulsas? Prefiero que me den un cadenazo en los dientes antes de comer esas tortas.

  • Y bueno, a veces se le deben pasar un poco las medidas...

  • Ayer casi tuve que pegarle una patada en el pecho a Javier para que pueda tragarla, estaba muy seca.

  • Bueno, pero nos acaba de invitar a su cumpleaños, sería de muy mala persona que alguien faltara, aparte no tenés que hacer nada; vas, no comés torta y listo, todo solucionado.

 

  • Mierda - decía Jorge afuera de la casa de Martín, habiendo aceptado la sugerencia de su compañera - Toc Toc… gaaa… gaaa - sonaba la puerta mientras tiraba su propio aliento en las palmas de sus manos, para calentarse.

  • Martín, tocaron la puerta, andá que deben ser tus amigos…-se escuchó decir a una voz gastada y sin mucha fuerza desde adentro.

  • Ya se mamita, vos sentate ahí que yo sirvo todo- dijo Martin, también desde dentro - Si… ¿quién es?

  • Soy yo Martín, Jorge.

  • ¿Que Jorge?

  • Suspirando contestó- Jorge, Tinchito, de la oficina.

  • Aaah, ya estoy con vos.

  • Bueno, apurate, mira que no está para disfrazarse de indio afuera…

  • ¡¿Mami, dónde dejaste la llave, no la habrás tirado devuelta al inodoro no?!- gritaba Martín dentro de su casa.

  • Ah… acá está- se alivió mientras le abría a Jorge y lo invitaba a pasar al living- sentate que voy a la cocina a preparar algunas cositas para picar.

  • Dale Minchito, tranquilo… tenemos pa’ rato dijo un paisano mientras barría la ruta jajaja- gritó, viendo cómo Martín se alejaba, un silencio abrumador lo sucedió.

Jorge comenzó a mirar hacia los costados; muebles de madera antiguos; sifones de vidrio verde, transparentes y de metal, hacían las veces de adorno sobre las repisas; una mesita ratona con una virgen blanca y celeste seguida de más figuras que parecían ser un pesebre; las paredes del living estaban empapeladas de un color verde opaco, hacían juego con la funda de los sillones tapizados del mismo color, pero ya percudidos, gastados. En aquella pared los portarretratos abundaban- Paa… te colgaste algunas fotitos Tincho - dijo por lo bajo, al mismo tiempo que posaba la mirada en la foto de un hombre serio, de unos 70 años y con un traje militar.

  • Hola quien está ahí… hola - dijo una señora grande que venía intentando caminar desde el pasillo, con lo que parecía un camisón de dormir puesto.

  • Hola, Jorge me llamo señora yo...

  • Aaay… no me digas que vos sos Jorge ¿ya probaste las tortas que te hice hoy? Hice pastafrola, lemon pie, torta marmolada, brownie, de vainilla, de todo porque sabía que ibas a venir querido, sabía que ibas a venir, mi cielo.

  • ¡Mamá.. estas en camisón! - Gritó Martín, mientras caminaba con 4 platos llenos de tortas; dejó los platos y la llevó a la pieza.

  • ¿Sabes si estaban viniendo los chicos de la oficina?- lanzó, mirando algunas de las tortas, advirtió ya de lejos que, en partes, la masa de algunas porciones estaba cruda.

  • Javier y Josefina me dijeron que venían una hora más tarde, Jorge, no se que tenían que hacer - se escuchó a Martín contestar desde la pieza donde se escuchaban cajones que se habrían y se cerraban - Vos comé torta, Jorge.

  • Jorge miró para arriba y soltó el aire de sus pulmones- fffuuu.


Apenas con el pulgar y el dedo índice, como si su mano fuera una pinza, Jorge agarró una porción de pastafrola de uno de los platos, esta se le deshizo entre sus dedos de lo frágil que estaba la masa. En ese instante, sintió la respiración de alguien detrás suyo.


  • Pedazo de hijo de puta, qué pensaste que no revisaba los tachos a ver si las porciones aparecían ahí al otro día, forro de mierda- susurró al oído del invitado - Ah… ¿Qué pasó? ¿No hacés chistecitos ahora?

¿Cómo fue que me dijiste la otra vez... medio polvo, así era, no? -Crick, sonó el martillo del revólver al ir hacia atrás, cargando el arma.

  • bb… pp.. para.. -balbuceaba Jorge mientras la calidez artificial del ambiente le hacía contraste en su sien con el gélido cañón del revólver.

  • Comé torta, Jorge, dale, dale que mami la hizo con todo el amor para vos… ¿Qué te pensás, que no estoy acostumbrado a que se burlen de que soy petiso? Todos los días en el club, hasta hace algunos meses eh, me ponían la mano en la cabeza y me decían que cuando creciera lo iba a entender…¡Hijos de puta! Pero ahora, sabes que… ahora no lo hacen más, te imaginaras la razón “Jorgito” JAJAJA. Cómo me decías vos… aaay Jorgito Jorgito- miró hacía arriba y luego de unos segundos vuelve a susurrarle- “Jorgito el pito chico” JAJAJA.

Qué hermoso aroma por dios -dijo mientras inhaló una gran cantidad de aire-, tan ácido que pareciera que estoy aspirando una línea de ácido sulfúrico, me destruye las fosas nasales, aaah…me encanta… ¿te measte, Jorgito?

  • Por favor, me quiero ir…- sollozó, al borde de que sus lágrimas cayeran al, ya mojado, pantalón.

  • “Pir fivir mi quiro ir” - susurró Martín, mientras simulaba secarse las lágrimas burlonamente- ¡COMÉ TORTA, JORGE!- dijo, pegando un culatazo en la mesa, haciendo saltar pastafrolas, brownies y algunos lemon pies sobre la cara del señor con traje militar en la pared.


Jorge, agarró una porción con la palma de sus manos y la aplastó contra sus dientes, algo dentro suyo todavía no quería abrir la boca, cuando comprendió el peligro, las barreras se abrieron. Seguida de esa porción agarró dos más…

Las puso dentro, bien pegadas al paladar, para que las siguientes también entraran.


Fin


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